Mientras me desperezaba me di cuenta de que me había quedado dormido en el sofá, la tele estaba encendida, y estaban poniendo una serie nueva a la que me había enganchado, pero el sueño era mas poderoso de lo que yo había podido imaginar y me quedé dormido. No me importó mucho ya que la tenía grabada y podía verla cuando quisiera, la puse en pausa e intenté situarme. Era medio día, había dormido casi toda la mañana pero seguía teniendo sueño, me había levantado en contra de mi voluntad porque que no quería pasarme todo el día metido en cama, había desayunado algo y me senté a ver la tele, luego, me quedé dormido.
El hambre me recordó que tenía que moverme de allí antes de que empezara a echar raíces, me levanté con muy pocas ganas, pensando en si tenía algo en casa, rebusqué en la nevera y en las estanterías de la cocina, para al final encontrar un paquete de galletas que estaban pasadas de fecha, ya había casi un año que habían caducado, pensé en probarlas, pero en cuanto abrí el paquete me di cuenta de que no hubiera podido sobrevivir a tal desastre.
No me quedaba otra que salir a comprar algo -dios.... es domingo- pensé, y me di cuenta de que no podría satisfacer mi deseo de mojar unas oreo en un chocolate caliente, intenté pensar en algún sitio donde las vendieran, algún sitio abierto los domingos, algo así como una gasolinera, pero sin que me timaran. Me calcé, me puse una sudadera y salí por la puerta para encontrarme un día soleado y caluroso, tan caluroso que no hacía falta sudadera ni nada de manga larga -Cuanto tiempo había estado dormido? tres meses?- parecía verano, y de hecho, me sobraba ropa.
El sol estaba alto, y caía con fuerza subiendo las temperaturas mas de lo que se supondría del mes en el que estábamos, el viento se había perdido de camino, no se movía ni una hoja y la ciudad parecía un horno. Una ciudad que se había quedado sin sus habitantes a causa de un puente, la gente había huido a la costa o incluso a sus respectivos pueblos. Lo que no sabían era que gracias a que ellos se iban, se quedaba la ciudad muy tranquila, cuatro días de paz en lo que normalmente era un hervidero. Con espacios para aparcar por doquier, me alegré al recordarlo, mi coche, que habitualmente estaba a diez minutos a pie, ahora se había quedado a unos tres o cuatro. De camino fui disfrutando del casco antiguo de la ciudad, que consistía en calles de adoquines y edificios bajos y de un aspecto muy mal cuidado, pero aún así, era bonito, o igual por eso eran bonitos, no sé muy bien por que pero siempre que paseaba por el casco antiguo acababa perdiéndome, me encantaba, algo tenía lo clásico que me atraía muchísimo.
Al llegar a mi coche dejé la ropa que me sobraba en la parte de atrás, me senté y estuve un buen rato pensando a donde ir, donde podría encontrar un sitio donde vendieran oreo, en domingo, y en un puente nacional, todo el país había huido hacía algún sito que no era aquel, eso seguro.
Arrancando el coche, decidí poner rumbo a un veinticuatro horas que quedaba a unos 20 minutos, casi a las afueras, allí trabajaba una amiga mía que había dicho algo sobre no poder ir a ningún lado por culpa de no hacer puente en su trabajo. Al principio, cuando me lo dijo, pensé en que era una putada para ella, pero ahora mismo, me alegraba. Me alegraba la idea de oreos bañadas en un chocolate caliente, y quizás de paso podía comprar helados o algo que acompañara el tiempo tan extraño que teníamos en aquel momento.
El camino se me hizo corto a causa del poco trafico que había, me encontré un par de coches con matriculas extranjeras y algún otro que tenía la pinta de ir buscando lo mismo que yo, algún sitio donde pudieran quitarle el antojo de dulces.
Al llegar vi confirmadas mis sospechas, el establecimiento estaba abierto. Aparqué en el primer sitio que vi y entré. Al entrar, un aire frío hizo que me recorriera todo el cuerpo un escalofrío, habían puesto el aire acondicionado, y no se habían cortado un pelo, seguramente estaba al máximo, me daban ganas de volver al coche a por algo de abrigo, incluso un gorro y guantes habían estado bien en aquel momento, pero para una caja de galletas poco tiempo pretendía pasar dentro de aquel frigorífico gigante.
-Y tu que haces aquí? Oí decir a mis espaldas.
Al girarme me encontré con mi amiga, a la que debía de estar agradecido por estar ahora en busca de unas dulces galletas con relleno.
-Pues pasaba por aquí, y decidí venir a visitarte- dije poniendo cara de niño bueno.
Ella entornó las cejas en un gesto de incredulidad.
-No cuela, no?- Respondí sonriendo -En realidad tengo antojo de Oreos y como hoy es domingo y está todo cerrado, vine aquí a ver si teníais un par de cajas.
-Pues si que tenemos si, estas de suerte, oye, una cosa, has venido solo?- Dijo con una sonrisa juguetona.
-Yo?.....Por que lo dices? Y por que sonríes así? Que pasa?
Ella estalló en una carcajada y me dijo que no pasaba nada, que no me preocupara, pero que debía pasar por el pasillo de los lácteos a echar un vistazo, cosa que me extrañó, y sin saber muy bien el porqué, le hice caso, me puse en marcha con una mezcla de curiosidad y duda. No sabía muy bien donde estaban los lácteos así que me dediqué a echarle un ojo a todos los pasillos mientras cruzaba el súper de lado a lado. Ella se había quedado cerca de la entrada mirándome con cara de estar disfrutando como una niña torturando hormigas con una lupa.
Justo cuando mas miedo me empezó a entrar comprendí el porqué. Había una chica que tenía un par de cartones de leche en las manos y venía en mi dirección, al verme mostró una sonrisa preciosa, una de esas sonrisas que te puedes quedar mirando horas embobado como si no existiera nada mas. Esa sonrisa pertenecía a la mujer de mis sueños, a la mujer que me robó el corazón el primer día que la vi, que, aquel día para no variar iba preciosa: tenía un pelo castaño con mechas rubias que caía sobre sus hombros y se deslizaba por ellos como si fuera agua de una cascada, tenía puesta una camiseta de manga corta de color negro que se le ceñía al cuerpo, sin dejar nada a la imaginación aquella camiseta podría, tranquilamente, provocar algún que otro infarto a los débiles de corazón. El pantalón que tenía puesto era mas de lo mismo, no era de los que apretaban todo, pero se ceñía a su cuerpo como una segunda piel, marcando unas caderas esbeltas y firmes, con un culo respingón de esos que hacen que te gires cuando te la cruzas por la acera, tenía unas piernas de infarto, al igual que el resto del cuerpo.
-Hola! Que tal? dijo sin que se le borrara la sonrisa.
-Ahora que te veo, mejor, ya no sé ni a por lo que vine, pero da igual, me voy feliz.
-Bua, no seas tonto- dijo mientras sus mejillas cambiaban de color.
-No esperaba verte aquí comprando leche, quieres que te busque los cereales o ya los tienes en casa? -Pregunté.
Ella dejó escapar una carcajada y me dijo que era para el café:
-Es que estoy en plena época de exámenes y se me acabó la leche. Yo no sé estudiar si no me meto mi dosis de cafeína diaria.
-Así que una adicta al café? no te veía yo enganchada a nada, pero supongo que todos tenemos nuestros vicios.
-Si, justo, y tu que haces aquí?
-Pues lo mismo que tu, buscar mi dosis de vicio, vengo a buscar Oreos. Quieres? y de paso te tomas un descanso.
Pareció meditarlo durante un momento, sin quitarme la vista de encima, dijo:
-Vale, que propones?
En ese momento mi cerebro se desconectó, me quedé en blanco, mi corazón empezó a bombear todo lo rápido que podía para poder restablecer el habla, pero fue en vano, fue ella la que sin percatarse de mi falta total de riego sanguíneo en el cerebro dijo:
-Bueno, si me dejas decidir a mi, elijo el parque, quiero tirarme a la sombra de un árbol.
-Bien- conseguí balbucear- Vamos entonces. Al parque.
Salimos del supermercado y nos dirigimos al coche, ella dejó la bolsa donde llevaba la leche en al asiento de atrás y se negó rotundamente a que la llevara.-Por que no un paseo?- Preguntó sonriendo, ella sabía que no me negaría, a ella nunca le negaba nada, y menos el pasar tiempo juntos.
Empezamos a caminar muy despacio, como si tuviéramos todo el tiempo del mundo, de echo yo lo tenía pero no estaba seguro de que ella dispusiera de el. Con cada paso que daba se la veía mas tranquila, realmente era lo que necesitaba, un paseo y charlar un poco, desconectar de todo a fin de cuentas.
Unos diez o quince minutos fue lo que tardamos en llegar al parque, el paseo había sido agradable, disfrutamos de la ciudad casi vacía como pocas veces se puede, el recorrido se había echo corto, por lo menos a mí que nunca había tenido la oportunidad de hablar con ella a solas y tanto tiempo, si lo pensaba dos veces, nunca había mantenido una conversación de mas de dos minutos con ella.
Al llegar al parque nos sentamos a pie del primer árbol que encontramos, un roble de dimensiones colosales que ofrecía una sombra perfecta para tumbarse y disfrutar del resto de la tarde.
Nos sentamos a charlar, disfrutando de las vistas de una tarde perfecta, el parque estaba casi vacío, había una pareja tirándole una pelota de tenis a un perro, que la perseguía y la cogía encantado, pero se negaba a devolverla sin oponer resistencia, dos hombres pasaban en bici a toda velocidad como si estuvieran compitiendo entre ellos, y un par de ancianos echaban de comer a las palomas, que sin saberlo, estaban siendo acechadas por un gato que tenía pinta de tener mucha hambre.
Nosotros estábamos sentados a la sombra, charlando de viajes que teníamos pensado hacer, y de paso para intentar coincidir en alguno, aunque ella tiraba por destinos mas calurosos de lo que a mí me solían gustar, no me había importado irme al algún sitio caluroso como el caribe o Tailandia con ella.
Así pasamos varias horas, mientras el sol bajaba y empezaba a ocultarse detrás de los edificios mas altos de la ciudad, sus sombras se extendían por el parque llegando a cruzarlo por completo en ciertos puntos donde era mas estrecho, ya no quedaba nadie a parte de nosotros dos. La conversación se quedó estancada para escuchar el ruido del viento que mecía las hojas suavemente, y de algún que otro pajarillo que cantaba alegremente un par de metros por encima de nuestras cabezas.
Cuando me quise dar cuenta tenía los ojos cerrados y no controlaba mi cuerpo, estaba durmiendo. Al darme cuenta abrí los ojos y la vi tumbada con la cabeza en mi pecho y con una sonrisa de oreja a oreja:
-Se te acaba de poner el corazón a mil. Que soñabas?
-En realidad nada, me di cuenta de que estaba dormido, y por eso me sobresalté.-Dije mientras apartaba un mechón de pelo de su cara. Estaba preciosa así tumbada, y de cerca vi por primera vez el color real de sus ojos, un color castaño coronado con un verde muy intenso.
Unos ojos que se acercaban a mi y se cerraron justo cuando sus labios tocaron los míos, me besó con cariño mientras sus dedos se enredaban en mi pelo.
Justo cuando mis manos me respondieron y empece a acariciar sus caderas ella se apartó y mirándome con cara de cordero degollado dijo que tenía que irse, que la estarían esperando para un cumpleaños.
-El de quien?- pregunté sin poder ocultar mi disgusto.
-El mío.-Dijo sonriendo.-Y que sepas que este es el mejor regalo de todos.